“I have a strong urge to fly,
but I’ve got nowhere to fly to”
R. Waters
but I’ve got nowhere to fly to”
R. Waters
“Quien con monstruos lucha
cuide de convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.”
F. Nietzsche
Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.”
F. Nietzsche
Capítulo I
… entonces pensaba en comenzar a escribir diciendo “pero no
sé qué decir”. ¡Pero no podía! Habría atentado contra mí mismo, contra mi
naturaleza de no andar dando 'peros' como una miserable excusa por cualquier
inconformidad. Tampoco podría decir ‘no’, al menos no en la primera frase. Ni
tampoco podía decid 'sé' porque después del no, suelen ser una pésima
combinación, no hace falta sino mirar la introducción a la argumentación de
grupos específicos que ahora no vienen al caso y como comienzan sus intervenciones
con un dubitativo “no sé si está bien” o un “yo creo que…” del cual hasta yo he
sido víctima. ¡Yo! ¿Pueden creerlo? En mi académica perfección he caído hasta
los más profundos círculos del infierno argumental, dudando sobre lo que digo.
Yo no dudo, hablo con verdades, con máximas.
Y si están mal, pues ya están escritas. Y algún día se
leerán con infinito fervor esas palabras tan ambiciosas, tan tercas y con
ínfulas de superioridad, y entonces se encontrarán verdades ocultas en las
páginas de volúmenes dedicados a verdades absolutas, más grandes que el
universo, más extensas e infinitas que la biblioteca de babel. Más presumidas
que Ícaro y más concretas que esta misma tinta con la que hoy escribo estos
grafemas de tristes figuras.
Pero no, no sé ¿qué decir?
En realidad este es otro ensayo, de nuevo, uno libre, sin
forma, como el agua. En el que trataré de encontrarme a mí mismo dentro del
mierdero psíquico y emocional en el que estoy, sin salir de él, buscaré entre
lo inerte las partes que se han caído y ahora se descomponen junto a las
heridas que se bañan en sales y minerales malolientes. Para ver qué perdí, cómo
quedé, quién soy ahora… pero más importante aún. Cómo salir de esta trinchera.
Los epígrafes son hermosos y desde que los conozco me he
enamorado perdidamente de ellos, de su belleza, de su simpleza, de su resumido
y a la vez pretensioso carácter.
“Enamorado perdidamente”.
¿Se dieron cuenta?
Maldita sea la hora en la que estas palabras van fluyendo de
mis dedos pues los recuerdos se van colando through
the tips of the fingers, pero esta es la idea en este momento, y así como
alguna vez lo dejé claro en mi ensayo sobre la inconsistencia, soy un obsesivo
declarado. Me enamoro perdidamente, locamente, de todo lo que me atrae.
Entonces vivo de impulsos y de amores pasajeros y fútiles. Y no hablamos de
mujeres acá. Porque no es lo único, hablo de pasiones, hablo de vicios, hablo
de virtudes y hablo de costumbres: no existen. Son todos momenticos. Chiquitos.
Chiquititos.
Y es que ese es el problema de ser un presunto artista, que
uno termina pensando con el corazón cuando debe hacerlo con la cabeza. Al revés
funciona de la misma manera. Presunto porque ni hay pruebas ni se ha demostrado
lo contrario.
Primero lo primero, hablemos de los vicios. No tengo vicios,
porque no me duran, simplemente me consumen y me dejan jadeante, cansado y
arrepentido. Tengo males, muchos males, pero como gripas, como diarreas, como
maricaditas que se van y llegan. Entonces no los tengo por mucho tiempo. A
veces quiero creerme el putas, pero no paso de la primera sílaba. A veces
quisiera ser alcohólico, pero me dura un mes la rutina y la plata. A veces
quisiera ser drogadicto, pero me aburro con facilidad, y me distraigo mucho, y
necesito eventualmente aterrizar. A veces me gusta dejar volar la imaginación
en las cosas más soeces y desagradables, que harían sonrojar hasta al más
depravado, o tal vez no; pero finalmente no duran mucho, las fantasías se
desbarajustan solas y no queda sino una risa de ellas.
En otras ocasiones quisiera ser un jugador, pero la suerte
me dura dos rondas de póker. O un abusador, o un violador, o un despiadado, o
cualquiera por el estilo, pero no tengo ni el estilo ni la valentía de serlo. O
la cobardía, ustedes juzguen.
Así que el único vicio que me queda es la pereza, pero la
pereza qué tiene de malo si no daña a nadie, es el vicio más cercano a la
virtud, incluso, con unos retoques en su editor de imágenes de preferencia podría hacerse pasar
por meditación, introspección, un trabajo espiritual que nadie puede entender,
una iluminación que nadie puede alcanzar sino el perezo… el virtuoso. Los
límites de esto son tan discutibles. La pereza suena a pecado, ¿Pero qué
actividad que exalte o adormezca los sentidos no suena a pecado acaso? ¿La
inactividad se convierte en qué? ¿En castigo del cuerpo o en ejercicio de la
mente?
Ya volveremos a esto.
En segundo lugar, hablemos de las virtudes.
Punto.
En tercer lugar… no, no es que no las tenga. Es que me
parece pretencioso y tal vez un poco pedante andar señalando mis virtudes, que
en últimas no son la gran cosa. Tampoco dignas de menosprecio, pero no son la
gran cosa, y el punto no se pierde si ellas se pierden. Así que dejémoslas
entre líneas, a juicio del lector.
Así que como decía, en tercer lugar, hablemos de los
momentos. De lo que los demás llamarían costumbres, o disciplinas. Tengo tres
años para formarme en algo, ya que después de eso, tengo un problema biológico
inmenso y es que mi cuerpo cambia completamente de células durante ese lapso de
tiempo, y entre tres a cinco años yo ya no soy el mismo, y de pronto suena la
alarma que puse hace cinco años y me digo a mí mismo “mucho gusto, Andrés
Guerrero”. Ya me he consumido en ese periodo de tiempo, ya no soy ni volveré a
ser como antes, y como dice la canción: “más viejo que ayer y más joven que
mañana”. Y es que mi inconsistencia es biológica, y como acá en Colombia no hay
carreras que duren tres años, ni cuatro como para tener un año de cortesía, ni
a veces cinco. Entonces se dificulta cumplir ese tipo de plazos. Y el tiempo se
me escurre entre los dedos, y luego me lamento, y luego el tiempo se me ríe en
la cara con una máscara de lo que he dejado ir en ese momento.
Y de eso estoy hecho, ya ni sé de qué estaba hecho hace tres
años, o cuatro… y medio. Ya he perdido perspectiva de lo que soy, de quién soy.
Tendré entonces que preguntarme, cuándo. Y cuando no tiene respuesta más allá
de ahora, soy lo que soy ahora, soy lo que quiero ser ahora, mediado por lo que
puedo ser ahora, dividido por lo que quieren que sea ahora, multiplicado por
las veces que he querido ser algunotracosa. Entonces soy un bollo de seres, un
granfalloon de carne y hueso. Una masa la cual dijera Silvio no tendría
cantera.
Y siendo tanto caos y tanto bodrio de bacterias y parásitos que
se mueven en mi estómago y afectan mi digestión, mi temperamento y llegan al
cerebro y me vuelven cuerdo. Aun siendo todo esto, decidí ser disciplinado para
algo. Para alguien. Porque realmente no lo era. No era juicioso, no quería
serlo, siempre quería más y más. Por más que quería me querían aún más, luego
dejé de hacerlo y me convertí en un ente. Estancado, ahí... Como muerto. Como
quien no quiere la cosa, pero se tapa los ojos, la nariz y las ojeras y
simplemente obedece órdenes. Y la orden era de carácter romántico. Era la
fidelidad. Y eso no existe, porque apenas yo crucé el umbral y decidí
ajuiciarme, eso por lo que las mariposas revoloteaban con furia en mi estómago,
decidió desjuiciarse también y el corrector me sugiere desquiciarse. Entonces
comencé a escribir versos tristes, en algún patético me convertí, releo lo que
escribió esa persona cuando éramos felices, o más o menos felices. Y sentía
como mariposas lo que hoy sé que son lombrices.
El pasado pisado y es así de simple. Pero el paso cuesta
trabajo y la suela se ensucia y el píe se agota.
Entonces fue la rutina…
Capitulo II
La rutina me mantiene vivo, en forma, me ayuda a pasar el
tiempo y me ayuda para dormir. Me volví un esclavo de la rutina, pero un
esclavo feliz, un esclavo servil y contento, orgulloso de su servidumbre.
La negación es inminente después de una desgracia, después
de una crisis, la ira, el odio, todos esos pasos tan humanos y a la vez tan
inhumanos, tan implantados, tan culturales y tan antinaturales. Porque todo eso
es puro apego. Apego a las cosas que igual se van a ir. Todo se pierde, la ropa
que visto ahora, el techo que me acobija y la cama sobre la que duermo. Todo
debe volver al infinito continuum de la vida y la muerte. De la materia eterna
y transformadora. Del agua.
Dejaré la doncella de una vez por toda en la orilla del río,
y no cargaré ni con el recuerdo de su bella figura, ni me cansaré por llevar su
peso. Simplemente si llego a mirar atrás sonreiré por haberme librado de esa
carga, y por haber llevado el momento a su fin cuando fue debido.
Pero por ahora, tengo que agarrar el piso con fuerza,
enterrar los dedos de los pies y resistir caerme. Porque de cierta forma quiero
hacerlo, quiero caerme. Mantenerme en píe como un árbol, después de mil
tormentas, incendios y talas. Y leeeentameeeeente, recuperar la postura,
recuperar la cordura, sembrar raíces y recoger nutrientes, volver a poner duro
el tronco y rica la sabia. Malpensados. Volver a botar semillas y esperar.
Lo difícil es no engañarse a uno mismo, ponerse una máscara
de felicidad y llegar a dar clase, enamorarse de una estudiante, o dos, o tres.
“Enamorarse” porque eso no es nada. Son caprichos. Porque realmente enamorarse
va más allá de ese gusto tan instintivo y tan primordial, primate.
Y no quiero entregarme a mis instintos ahora, quiero ser
consecuente con lo que siento, quiero verme a los ojos en el espejo y decir,
“puta madre Andrés qué triste te ves, estás hecho una mierda,… pero linda barba
¿eh?”. Porque poco a poco, como la barba, esas raíces van creciendo de nuevo, y
cuando vuelva a tomar fuerza, ¡Tente mundo! ¡Tente porque te vas a ir de
p’atráj no joda!
Ya llegará el tiempo de afeitarse, de dejar de verse mal, de
ser un poco más narcisista y más egoísta. Pero egoísta por algo, no por
alimentar el ego, porque eso no pasa de ser una simple ilusión más, otra
máscara. “El profe con el ego por el cielo” me dijeron hace poco, no sabían que
tenía el ego por el piso y ni “el profe” me hacía sentir bien. ¿Pero y para qué
lo querrían saber?
Así que es hora de escribir un nuevo capítulo, uno sin tanta
rabia, sin tanta tristeza, sin tanto corazón. Con más cerebro, con más lógica y
orden. Hay que dejar de ser un caos de letras y escribir una sobre otra,
comenzar a escribir de corrido, en cuaderno ferrocarril, bien clarito, bien
bonito. Entonces es hora de poner las últimas cartas sobre la mesa y ser claro
jueputa. ¡Claro claro, como el agua!
Capítulo III
No, para mí no fue fácil dejar de ser prioridad de la
persona que yo más amaba en el mundo. Mucho menos cuando decidí ponerla como
máxima prioridad en mi lista y yo ni siquiera clasificaba dentro de la suya. Tampoco fue fácil, ni me
enorgullezco de haberme puesto de rodillas, humillarme para sonsacar un poquito
de amor es un error gigantesco. Sólo se logra lástima y sólo se logra poner más
bajo en la lista, porque nadie quiere eso, nadie quiere llevar una carga a
cuestas. Y es que en ese momento, ese momento era el peor momento de todos. Y
nadie quiere, ni tiene por qué, cargar con alguien en su peor momento.
¿Pero hubiera sido lindo no crees? Haber sentido algo de
apoyo. Pero nada, ya pasó, y pasó como pasó y ya. No hay culpables. Yo entiendo
tus razones y no te culpo, a la vez yo entiendo lo que yo necesitaba y quería,
y tampoco me culpo. Ya ni me arrepiento, eso fue lo correcto en ese momento.
En ese momento.
Porque ahora he pensado tantas cosas. Y ya sin ese velo de
odio, ni de rencor, ni de sentimiento negativo alguno. De una forma un poco, al
menos un poco, más objetiva, me he dado cuenta que simplemente perdí la pelea
contra uno de los monstruos. Y estoy tratando de recuperarme para volver a la
batalla y vencerlo. Ese monstruo era yo mismo. Era esa imagen débil de mi misma
que dependía demasiado de los demás, de la aceptación de los demás, de la
muerte de carácter.
Pero a la vez me doy cuenta de que aquello por lo que yo
luchaba, ya se había esfumado hacía tiempo. Hacía uno, o dos años. Lo que yo
amaba era el humo que subía moviéndose y disipándose por el viento hacia el
cielo, señal ya débil de que en algún momento allí hubo fuego. Un fuego divino,
pero que llegaría a su fin. Y así lo fue, al final ya ni las brasas quedaban,
yo luchaba por las cenizas de lo que fue en algún momento ese sentimiento tan
fuerte que tenías por mí. Llamémoslo amor.
Y tal vez ahora eras mejor, mayor, más y más. Entonces te bañaste
las alas de libertad en cera y subiste por los cielos como el ídolo, mientras
yo te gritaba desde la tierra, “no subas más, no me olvides”. Te olvidaste de
donde venías, y sólo miraste para donde ibas, tú, sola, egoísta, altiva. Eso no
es motivo de desdén, es de hecho algo mucho más complicado, porque te admiro
por eso. Admiro esa ambición. Pero me duele que me hayas dejado atrás.
Aún no has caído, y espero que no lo hagas, espero que no
vueles demasiado alto y se derritan esas alas, porque después de todo yo las
construí para ti. Yo, tu Dédalo. Al verte volar, tan libre, tan feliz, tan
poderosa, entonces yo decidí volar también, pero en otra dirección, lejos,
lejos, hacia otros horizontes. Y quien sabe, el planeta tierra es una esfera,
tal vez en alguno de nuestros vuelos nos encontremos de nuevo en otras
latitudes, longitudes, alturas o profundidades. Pero por ahora. Sólo queda
seguir aleteando. Y tal vez, tal vez, voltee a mirar de vez en cuando, sólo tal
vez, para cerciorarme que tus alas siguen bien pegadas, a tus espaldas.
Capítulo IV
Este capítulo, que sirva como intermezzo antes de continuar.
El quinto grado suele cargar la tensión. Mientras el segundo y el tercero
suelen ser menores, tristes; el primero mayor, sublime, imperativo, radical, pero
a la vez reconfortante, relajante. Al cuarto grado se le llama subdominante.
Estamos planeando, y podríamos subir o
aterrizar, pero aún es incierto, esto es una subdominante.
Tengo muy cerca de mi corazón una canción llamada Of matter,
que a la vez son tres canciones, casi como el dios católico. Proxy, Retrospect y Resist. En
la primera, Proxy, el sujeto es
imperfecto, está en crecimiento, está incompleto pero apunta a ser algo más.
Mas tiene un modelo. Y ese modelo, está ahí, hasta que ya no está. Entonces el
sujeto abre los ojos a una nueva realidad. Es casi como salir de la niñez. Es
casi como volver a nacer. Es casi como si hubiera cumplido cuatro, o tal vez
cinco años.
Luego en Retrospect,
se crea una tensión dominante a lo largo de las líneas, el sujeto lucha, contra
sí mismo contra la naturaleza externa, contra su propia naturaleza interna
también. Siente la presión, y pareciera ceder ante ella. Se vuelve como una
piedra, como una piedra oscura, siniestra. Pero tiene la esperanza de algún día
ser visto, ser de nuevo valioso, tener control de nuevo. Entonces…
… sucede Resist, y
el sujeto se da cuenta de todo el tiempo que perdió luchando en contra de sí
mismo, en contra de su naturaleza inherente, en contra del tiempo. Está ya
viejo y ve el pasado con nostalgia, pero por un instante. Porque ya está libre
de todo, ya es libre de ser lo que quiera en vez de ser esclavo de aquello que
no era, entonces se convierte en diamante. Llega a buenos términos con su
propia alma, recordando como en su peor momento esperaba ser suficiente, ser
algo, o tener algún valor para alguien. Pero no estaba listo, la capa que lo
cubría era demasiado gruesa y sólo pudo descubrirse luego de mantenerse por
años bajo esa presión. Resistió.
Capítulo V
El ser humano está lleno de contradicciones. ¡Boom! máxima.
Es la exquisitez misma de su esencia ser así y a su vez no serlo. Estar de
acuerdo y no estar de acuerdo. Estar y no estar en un mismo lugar.
Vi por demasiado tiempo a los ojos de la bestia y me rendí a
sus pies, no pensaba que tuviera puntos débiles, él era un coloso. Simplemente
no había apuntado mi espada sino a su armadura, y por lo tanto no había podido
ver la carne débil, cubierta de un denso vello del cual podría haberme colgado
para llegar hasta ahí, era una coartada. Luego clavé la espada y lo herí, pero
se sacudió y me botó de su lomo. Luego volví a subir y clavé la espada de
nuevo. Y murió.
Pero al morir, parte de sí escapó de ese moribundo y negro
cuerpo, se metió en mi alma y se posesionó como una parte de mí, una parte
oscura. Una falsa promesa que dejó en mí una semilla muy real, muy inmediata.
Ese demonio aún vive dentro de mí y aún tengo que luchar contra él. He aquí mi
primer contraataque.
Entre mis enamoramientos súbitos e incontrolables, encontré
una figura de la cual enamorarme, una figura paterna, fuerte, que se suponía
quería lo mejor para mí, sacando lo mejor de mí a cada instante. Yo también me
entregué a esa imagen, fui su fiel servidor, sin dudar de él, sin cuestionar su
actuar. Me dejé llevar cuesta abajo. Terminé siendo esclavo de sus caprichos y
de sus mentiras, de sus faltas. De sus tantas y tantas mentiras e
imperfecciones. Era una cascara. Muy gruesa, es cierto, muy resistente. Pero
una cascara después de todo.
Esa cascara de carácter psicópata sólo encuentra placer al
tener a todos bajo su control. Bajo ilusiones. Ilusiones de grandeza, de poder,
de sabiduría. Un sage. Pero no. Es
solo un bufón, un hablador de grandilocuencias, un megalómano, un lobo
disfrazado de oveja.
Quitar el disfraz, o rasgarlo un poco fue la peor ofensa.
Entonces decidió buscar la forma más apropiada de llevarme a mi punto más bajo.
Movió piezas y finalmente me dejó sólo. Se llevó a mi reina y a mi alfil. Pero
no ha ganado la partida. El tablero sigue abierto. Sólo necesito algo de
tiempo.
Tiempo. En ese tiempo. En ese tiempo miré demasiado al
abismo, y el abismo miró dentro de mí.
Pero no fui el único.
También tú, también tú miraste demasiado tiempo al abismo, y
te convertiste en lo que más odiabas. Sin darte cuenta. Ahora eres otro peón
más, uno a pocos cuadros de coronarse. De ser otra reina más en su tablero.
Lo cierto es que, en escala, finalmente, el abismo termina
siendo demasiado grande, demasiado imponente como para luchar contra él. Y en
ocasiones simplemente las piernas ceden y uno cae sin quererlo.
Sin tener la fuerza de siquiera aferrarse a esa orilla,
escalar de nuevo, y no volver a mirar abajo, dar vuelta y comenzar de nuevo.
Buscar otro camino. Tal vez no sea sencillo. Pero esa es mi decisión.
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