domingo, 6 de noviembre de 2016

Un disco, una canción, un final y un comienzo.

Todos estamos llenos de contradicciones.

“Queremos lo que no tenemos”

Es tan simple y a la vez tan complejo, es un taijitu viviente, girando y girando como una máquina eterna, los engranajes se soportan porque sí, porque no hay más opción, pero saben que sin el otro no funcionarían ¿Qué impulsarían? ¿A qué propósito superior servirían? Quedarían estancados en el abismo solitario de no tener un cambio.
Cambio.

“Ch ch ch ch changes”, otra referencia a Bowie. De un tiempo para acá no puedo evitar escuchar melodías y canticos que crecen como gusanitos dentro de mi baboso cerebro, todos provenientes de esa mosca de la fruta musical, una fruta dulce y deliciosa, David ¿Por qué te has ido dejándome así, sin más de esos huevitos tuyos tan tiernos que son canciones? para que luego eclosionen gracias a una cita, una referencia o una vil pendejada de esas que digo, con tanta gracia…. No las pendejadas, las canciones. Los cambios, parecieran venir en olas: mientras yace tumbado en la arena el incauto y dormido o atontado tal vez por el sol, se permite sentir la refrescante y leve sensación del agua llegar hasta sus pies, sus muslos, tal vez sus nalgas, tal vez su espalda. Baja, media, alta. Hasta que, confiado en el ir y venir del agua, el ebb and flow, Poseidón le termina en la cara sin avisar. Resulta en un hilarante ahogamiento, en el que la risa misma es un agravante y el agua un pequeñísimo catalizador acuoso. Gracias a Buda es sólo agua, digo yo. Aunque todas esas ballenas y titánicos mamíferos marinos insistan en utilizarlo como sopa primordial y lanzar esas proporcionalmente titánicas eyaculaciones.

Pero estoy dándole vueltas al tema, “bueno y si esa era la idea ¿no?” dijo ese tal Felipe. Sí, lo es, de hecho, vamos a ir desenredando el hilo, a ver qué pasa, a ver a donde llega esta vaina.
No digamos ni primero, ni segundo, ni tercero, digamos “entonces”… porque no hay comienzos ni finales, esto es toda una historia cíclica, léase desde el primer párrafo en orden, o desde el segundo, o el tercero, ad infinitum (¿o ad cyclicus?), da igual.


Entonces comencé a escuchar demasiado esa canción que hablaba de una cosa pero yo entendía otra, y me gustaba que fuera así, porque nunca había sentido que una canción pudiera ser una mujer y que una mujer pudiera ser canción, al mismo tiempo y en el sentido contrario. Astronauta, de Paisano.  Analizando incluso simplemente el léxico de la canción, mímico, limitado, cíclico de nuevo… es un postrecito que no llena, que eterniza el estómago y por ende el corazón. Es una historiecita astronómica, galáctica, simpática y …. “¿Cíclica?” No Felipe, más bien, cínica, cómo tú que ya no sabes con quién más jugar, y juegas con esa amiguita tuya que te invita a comer helado y te hace galletas con Nutella. Ni para qué. Tomáte un tintíco y callá. Así, grave, grave, agudo. Como aumentando en tempo, como volviéndolo más violento. ¿O en temperatura? Porque es que el problema es ese también, y es que nunca había sentido que esa fricción tan deliciosa tuviera que tener una palabra de cuatro letras en medio para sentirse tan bien, y la palabra no es culo, no señor.


Entonces, también podría tener otra palabra de cuatro letras en medio y sentirse igual de bien, o no tenerla, da lo mismo porque la nada da igual si se tiene o no.

- ¡Ah, pero claro que no! ¡Ahí yerras! Porque en el budismo hay dos tipos de nada, y hay una nada llena y hay una nada vacía, y no queremos la nada vacía, no claro que no, es la ceguera negra, la del escritor ese que nunca he leído….

- Ah sí, Borges.

- Aunque sí lo he leído, leí uno de sus cuentos que habla sobre la infinidad y la escala más grande que hay, que es la de la imaginación, la de la vaguedad, del vacío.

- ¿No te digo? Es que esa era la que él conocía, la de la razón, la de lo sensible.

- ¿Cuál es la otra entonces? Y no te vayas a comenzar a contradecir como de costumbre.

- No es necesario. Es que son ambas caras de la misma moneda, es esa nada brillante que vio Sor Juana en uno de sus viajecitos ácidos, o peyoteros, porque ¡Ah claro! ¡Bandida, muy monja y muy convento pero sabías lo que era lo bueno! Es la nada exponencialmente infinita, inimaginable, del todo que siempre ha sido, es y será; y no hablo de esa mediocridad occidental de Diosito lindo, hablo de esa luz…

- Pero sabemos lo que pasó después de verla…

- Exactamente, volvió a ese vacío sensible, imaginable… porque la Nada brillante, esa ceguera blanca, infinita, y que todo lo deja claro como el agua, es efímera, más aún que la plata, el tiempo, el dolor, o el sexo.


Entonces, resulta que en esa búsqueda de iluminación, de esa brillantez detestada por Don Rigoberto, pero que realmente envidiaba y deseaba porque no comprendía y no poseía, la contrastaba con los matices de su esposa, luego no esposa, luego de nuevo esposa: Lucrecia. Dama, ama y señora de sus aventuras imaginaras rocambolescas en las que se perdía en pluviales ires y venires de secreciones deliciosas y manjares otorrinolaringológicos. ¡Todo un festival hedonista! que también apoyo, por supuesto. ¿Qué sería del amor sin todo ese cúmulo de energía traducida por el cuerpo en juguitos pegajosos? Nada… y Nada ni de la budista ni la no budista, nada de la que ni vale la pena hablar. Entra Fonchito en escena ahora, el teatro queda en silencio nada más con verlo, ese demonio en piel de ángel, ese superhombre en piel de niño. ¿Manipulador? ¿Jugador? ¿Amo del destino? ¡Bah! Ninguna… es simplemente una mezcla de circunstancias: una ciudad travestida, un papá hedonista, una mamá muerta, una madrastra sumisa, una biblioteca erótica y una excepcional prosa. Resulta entonces un ideal, un bello y perseguible ideal. Pero tal como los grandes ideales, imitables hasta un punto, luego hay que poner una gota de uno mismo, ¿Dañándolo? ¿Mejorándolo? quien sabe, eso depende del autor.


Entonces, comencé a pensar sobre la monogamia, sobre ese conceptito tan torpe y occidental, ¡Tan humano! Ay, es que me da por pensar en si los animalitos se pusieran con eso…  ¡Cuántas especies no se habrían extinguido ya! Y con ese agravante que es el ser humano, qué tristeza ser así, mejor me vuelvo gato y miro a la Luna, como el cuadro que ahora adorna mi pared y mañana tal vez adornará la de la Luna. Y es que los gatos son así, no se preocupan por ser fieles; sus contrapartes, aunque inicialmente parecieran lo contrario, esa raza tan inferior a la felina, que son los perros, ¡Ay, tan leales siempre! pero cuando en el viento se mezclan los aromas de aquellos arrebolados y férreos líquidos en movimiento dentro de ese compartimento tan expuesto en las hembras de esas especies, es cuando hay que tener cuidado, pues ahí ya no hay amigos, ni lealtad, ni amor, ni nada. Pero los gatos son más honestos, uno sabe a qué atenerse, a la traición. Pero ya no puede ser llamada traición, eso sería banalizar el conjunto de circunstancias que conllevan a esa “infidelidad” felina, que ahora se podría llamar poligamia, una calificación más humana. Palabra sacrílega desde hace unos cuantos siglos, pero cada vez más reivindicada y referenciada que la gran Valeria Mesalina. ¿Pecaría entonces si viviera en este mundo actual, o en otro más actual que aún ha de venir? Venir…. Los siglos se vienen en nuestra cara, es todo un bukkake cronológico. Y nosotros cerramos los ojitos, como los chinos, no va y sea nos embarace un globo ocular y de ahí nos salga Eva. Y todo vuelva a comenzar, y ahí sí queramos que el tiempo vuelva atrás. Pero no se puede, porque el único detalle es que la ciencia no ha podido crear esas maquinitas del tiempo, por eso creo que nos resulte un poquitico bien jodido volver a los días en que…. Ya ustedes saben el resto.

Entonces, nos concentramos en la pelea, en todo el sentido léxico semántico que tiene una concentración futbolística, de esas a los que algunos convocan y algunos no, algo banalísimo, irrescatable y tácito, superfluo, menos para mí. Entonces a la vez comienzo a ir más lento, desacelerando el tecleo, tac tac tac, como quien se fuma un puro… se me van las ideas, comienzo a padecer esa ceguera de Borges, o una peor, una gris, una en la que veo siluetas borrosas, nubes, princesas grumosas, y pierdo la elocuencia, me vuelvo a un estadio más básico, más primitivo, más “uga chaka, uga uga”, y es que no puedo detener este sentimiento. Porque la razón es un problema, y acá sólo cuenta el instinto, no el de reproducción sino el de supervivencia, el cazador. Los brazos se adormecen, siento que los dedos no responden y la respiración se.en.tre.cor.ta. De seguro sobreviviré, pero ¿Ganaré el combate? Realmente no importa, si gano aprenderé, si pierdo aprenderé más. Aprenderé a no confiarme, pero a confiar en mí mismo; a dominar y ceder, a no ceder y a dominar; aprenderé a ser un momento, una fracción de segundo, un deseo germinante, una idea pequeña que se convierte en algo más grande, entonces seré amo y señor del tiempo y del espacio. Ya sé que ya se perdieron ¡Y eso que iba despacio!