domingo, 17 de mayo de 2015

algunas reflexiones recientes...

... Llegaron entonces un día, escasos dineros. De esos que llegan y se van en un día, como todos los dineros.

Mientras en la TV presentaban una película del Quijote: un popurrí de varias películas, de varios países. La locura del Quijote se había apoderado de la mano de mi madre y decidió salir a gastar dinero que no tenía. Como la brisa de la noche era tan fría, decidió no salir sola, no fuera que el viento se le llevara, billete por billete, su dinero volando.

Luego, en el popurrí, aparece cantinflas, héroe de mi niñez y de mis convencionales, conservadores y uribistas abuelos. No es culpa de ellos. Un hombre del pueblo, como lo soy yo ahora, sale del brazo de su madre y su media-hermana: Mujer ajena a toda responsabilidad familiar, admirable por su falta de serenidad y de paciencia... tan conectada con el mundo y los demás, que su amor, a veces, traspasaba las más convencionales barreras, y se dejaba ir.

Pero volvamos en el tiempo:

Salíamos uno de cada lado de la madre, yo a la izquierda, ella a la derecha. Por supuesto, mi madre al centro y llevando el paso lento y cansado por más de 25 años de miserable trabajo, con miles de estudiantes y un jefe ejemplar, un gran y británico hombre de cara roja y dientes salidos.

25 años podrían no sonar como mucho, pero de hecho, en un mismo lugar, inmovil, viendo pasar los años desde una pecera... Los tiempos iban cambiando y mi mamá se resistía a estos cambios. Entonces ella disimulaba yendo con las modas que iban y venían con los años, y se operó las tetas, se compró ropa y cambiaba de novio, cada vez era uno más joven, como para no quedarse atrás.

En el popurrí, mostraban a Terry Gilliam dirigiendo la película del Quijote que nunca terminó, en una escena latigaban a un esclavo. Mientras tanto ibamos caminando, bajando la 49, hacia el occidente. Y mi madre nos contaba una triste historia de una trabajadora, ex compañera mía, quien estaba siendo abusada en el trabajo.

No se lo merecía.

Nadie se lo merece, o bueno, tal vez uno que otro. Pero los demás simplemente dejan que las cosas pasen. Y nada más pasa. Ella se va, renuncia.

Y es más inteligente que todos! al dejarlo todo botado, tiene más pantalones que cualquier hombre, y es más guerrera que cien mil Quijotes.

¨Pero no es mi mamá, aunque desearía que lo fuera: es tan joven y bella. El tiempo no le pasa y  tiene el físico y porte de la heroína romántica ya hecha vampira. Algún tiempo atrás llegó a ser mi heroína, la blanca, la droga.

Finalmente, finalmente... mujer, ponte los pantalones y extiende tus alas, debajo tuyo se hunden naciones enteras en terremotos y guerras, y lo único que queda es tu vuelo altivo e imposible. Sé más que cualquiera, sé libre... y monta tu propia empresa.

¿Qué razones tengo para no ocultar este deseo que me atormenta en la noche con pesadillas nucleares y en el día con vívidos sueños que se cuelan entre las grietas de las barreras físicas o imaginables que mantienen los sueños al margen?

Doy pasos hacia adelante, pero por cada paso que doy, soy otro. Hoy no tuve tiempo de darme cuenta de mis errores, pues ya no los veo, estoy en la negación de un futuro cierto, comprobado por mí: propio. Acepto mi culpa vil. Vil culpa! pero qué más da si esto es sólo otro paso más hacia el cielo...

Cuándo llegue veré los ángeles y me les haré encima, veré a dios y llenaré de graffittis las paredes de su transparente e inexistente templo. Aunque la nada es lo único realmente infinito, cuando llegue al cielo, en un avión con motor Honda, me tiraré sin paracaídas y sin esperar que ningún dios, ángel, demonio o paria me reciba.

La mente no se aclara, ni en caída libre por la nada. Entonces me regaño: Andrés Felipe Guerrero ¿qué has hecho? y responderé: "todo lo que quería".

Mi otro yo, severo, trata de cambiar su rostro de sorpresa por una mirada compasiva, como si él mismo no fuera prisionero del tiempo y no fuera a cometer el mismo crimen por el que ahora me condeno.

Dos pecados grandes he cometido, pero la hoja no es confesionario ni la tinta es sacristán. Aún así he de pedir perdón por uno nuevo, el pecado de la premonición que de los griegos ciegos heredo.

Mi destino no está escrito. Escrito está en humo: desde mi balcón lo veo. ella está con los otros a quienes no temo, pero tampoco abrazo ofrezco. Está vestida para la ocasión fría, es una delicia: sabores acaramelados más una que otra almendra, jalea de miel, equilibrada con especias, una contradicción que como la escarcha, en mis labios se pega. Y yo simplemente ya nada quisiera, ya no quiero poner nada en ella, ni una pizca de fé. Ella tiene nombre, pero yo le digo Fea.

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