miércoles, 12 de junio de 2013

Hank y sus últimos días

— ¡Chinaski! — gritó la encargada de los resultados del laboratorio — ¡Chinaski!
— Aquí — respondí a lo lejos, mientras avanzaba con paso lento. La botella pesaba cada día más. Yo lo sabía. Ella lo sabía.
— Acá tiene sus resultados — apareció una mano de atrás de una reja y un vidrio polarizado. Del que salía la voz. — Después de leerlos, por favor vaya a con su médico para que...

No la escuché más, dije gracias al vidrio y a la reja con voz de mujer de laboratorio. Y salí.

No necesitaba ningún doctor, había trabajado una vez de conserje en un hospital, tenía en ese tiempo a Larry, un médico quién estaba a punto de perder su licencia por culpa de la bebida. Está bien, pensaba. A algunos no les va tan bien. Es cuestión de suerte. Larry siempre tenía resaca y era el tercer par de guantes que dejaba dentro del recto de algún paciente que luego se quejaba. Es cuestión de suerte, saben, si yo hubiera sido el paciente, llegaría a la casa, iría directo al sanitario, comenzaría a hacer fuerza para cagar y cagaría un buen par de guantes quirurgicos. Sería la mejor mierda que tendría en años. Reiría por todo el resto de vida que tuviera. Y bueno. Últimamente no me sentía muy bien.

Lon resultados, no hace falta una maldita fila, ni un maldito turno, ni una maldita espera, ni siquiera un maldito doctor. Cualquier idiota letrado podría saberlo. La lista mostraba los conteos y mierdas realizadas por la ventana y la reja, dijo, por la chica del laboratorio, quién después de dar cientos de malas noticias al día (está embarazada, tiene sífilis, está embarazada, tiene leucemia, está embarazada... o todas las anteriores) va a su casa a chuparle el pito a su novio. Qué suerte tiene el tipo. A pesar que su voz no sonaba muy sexy, ese vidrio oscuro y esas rejas frias podrían esconder una laboratorista de un cuerpo perfecto, unos labios gruesos, con carne, ustedes saben; y un coñito estrecho ¿Qué más necesita un hombre? qué suerte tiene el tipo. Se tira a una laboratorista, tiene exámenes gratis y buenos polvos. Qué suerte tiene la chica. Qué suerte tiene el jodido mundo.

yo tuve suerte también. Ese día lo supe: Leucemia. Nada que hacer, sólo esperar. pero esperar poco. ¡Brindo por los resultados, no tenía unos tan positivos desde mi licencia de conducción! Está bien. Okay.

Fui al bar más cercano, Monty's, el nombre era una mierda, pero el nombre no se bebe, así que el nombre no importa. Pedí un whisky. Lo observé por un momento.

No lo bebí.

Ese vaso, con ese whisky, con ese bar, con ese Hank. Eso había sido todo. Esa era mi vida, lo que quedaba de ella. Un whisky tras otro, un bar tras otro, una chica tras otra. No me arrepiento ni un sólo día.

Cómo no era momento de ser nostálgico, llevé mi whisky a la boca. Los resultados eran buenos, no todo el mundo tiene mi suerte, pensé, a algunos ni les avisan. Ni siquiera los red sox tienen tanta suerte. Van arriba por 7 carreras después de un home run con las bases llenas que repite una y otra vez el televisor. No es nada. El baseball no es lo mío.

Recordé los caballos, recordé ese momento en el que gané 50 de los grandes en una carrera: Era el peor caballo, yo lo sabía. Bueno, parte de mí lo sabía, la otra parte, la más grande, estaba ya demasiado ebria. Aposté, gané, compré un traje, me follé a la chica más linda de la ciudad y bebí el resto en una suite de un hotel barato. Ese mes pasó volando.

— ¡Mierda, sí es Hank! — escuché a mi izquierda, muy cerca — ¡Hank Chinaski!
— ¿Qué? oh... — era Larry, no lo veía desde... bueno, desde la última vez. Fingí sorpresa — ¡Larry! eres tú, qué suerte encontrarte.
— Chinaski, jamás pensé volver a verte...
— Bueno, no es para tanto — Nunca había visto a alguien tan emocionado, ni lo entendía, pero está bien, lo dejé estar emocionado.

Me contó lo que había sido su vida desde la última vez, me contó sobre él, sobre su licencia, de conducir o la otra, no lo sé. Dijo algo de accidente, un paciente, algo de follarse al paciente y al final algo de "coño prohibido".

— Bueno Larry, lo prohibido es bueno. Lo es. — ya llevaba varios vasos de whisky para cuando terminó su historia.

Larry me explicó por qué estaba ahí. Ya no lo recuerdo, tal vez no valga la pena ¿Qué vale REALMENTE la pena recordar?

— Hank... hoy es mí último día en la tierra — Me dijo con la misma emoción de su saludo, probablemente se iría esa noche a la luna, quién sabe, en todo caso, esa forma suya de hablar me daba un poco de ganas de vomitar. — Por favor, escucha lo que tengo que decirte. Le debo a unos tipos. Es bastante dinero. Y bueno ya sabes... — ¿pero realmente lo sabía? — Perdí mi licencia hace años...

— No tengo dinero Larry — me apresuré a decirle.
— No, no, no, no... espera. No es nada de eso. — dijo rapidamente — es que, bueno, quisiera pedirte algo.

Qué suerte la mía ¿Por qué no entré a otro bar?, el Velvet estaba al frente del Monty's. Pero beuno, no tenía a donde ir, ni ganas de ir a ningún lado. Ya no tenía a donde ir, al menos no por ahora. Eso es lo que pasa a veces, desearías ir a muchos lugares, pero el cuerpo no te deja, o tus padres no te dejan, o tus hijos no te dejan. o el viaje es muy costoso, esta mierda es muy costosa, esta vida es muy costosa. Cuesta vivir, cuesta moverse, cuesta esto y cuesta aquello. Pero morir es gratis y morir es no tener a dónde más ir sino 6 pies bajo tierra, o si tienes suerte a dar en una botella llena de tus propias cenizas. Cómo si fuera un premio por un buen polvo o una buena cagada. este es mí premio, cenizas, toma.

— ...lo entiendes ¿Cierto? — dijo Larry entre lagrimas.
— Claro Larry, claro. 3 no había puesto una jodida pizca de atención a su petición.
— Hank, esto es serio, te necesito.

Me puse de pie como pude. Pagué.

— Guarde el cambio — Mire a Harry fijamente — ¡Bueno, qué esperas jodido marica, vamos a hacerlo de una vez!

Salimos, caminamos una cuadras, volteamos a la derecha en la 49, o al menos, parecía ser la 49. Estaba Oscuro.

— Toma — estiró la mano y me pasó un revolver — lo haremos en cuanto lleguemos al lgar.
— Okay Larry.

Nunca había matado a nadie, y casi solté la pistola al darme cuenta de lo que iba a hacer ¡lo iba a matar, a Larry! Un muerto iba a matar a otro. No está mal, algo bueno tenía que hacer antes de morir, pensé al rato. Me calme. Era momento de hacer un favor a un viejo amigo.

Caminamos unas cuadras más, parecía que ya iba a comenzar a amanecer. Larry caminaba nervioso. Yo caminaba sediento. No veía la hora del próximo trago. Entonces recordé que tenía una botella en el abrigo ¡Joder, qué suerte!

Saqué el revolver, lo confundí con la botella, de hecho, no había ninguna botella. Cogí el revolver del barril y me lo llevé a la boca, lo alcé y sentí que no bajaba nada, mas un sabor metálico. Lo tiré al piso, nunca me han gustado las armas saben.

El revolver se accionó al golpear el piso, la bala quedó en el corazón de Larry, quién cayó al suelo inmediatamente. me quedé mirando a Larry mientras de la casa de al frente salía un viejo con una escopeta.

— ¿Quién anda ahí?
— Tranquilo amigo, tuve un accidente, mire, tenemos que llamar una ambulancia — dije tranquilamente mientras buscaba mis cigarrillos.
— ¿Qué? — o el tipo estaba sordo o yo ya estaba hablando mal. En todo caso no entendió.

Había ya algo de sol, la luz atravesaba los edificios más altos del centro, y llegaban a los pies del cuerpo de Larry, el revolver estaba a pocos centímetros de su mano. Era una coincidencia horrible. Era un amanecer hermoso.

— ¡Dios mío! pobre hombre, se ha suicidado...

Yo miré al ciego de reojo, era una clara escena de suicidio, no debí haber dicho accidente. Pero bueno, mierda, sólo soy un maldito ebrio moribundo.

La policía llegó al rato, levantaron el cuerpo, interrogaron al viejo. Dijo que lo había visto todo, el loco hijo de puta había sacado el revolver y se había disparado en el corazón como un maldito desquiciado.

Y bueno, yo dije que tenía algunos problemas con la mafia o alguna mierda así, que lo había visto todo también. Que no lo conocía lo suficiente. Estaba loco el tipo, caminábamos y se disparó en el corazón. Era un loco menos en este mundo de locos. Agradecí a Dios.

Esa noche no tuve mi pito dentro de ningún dulce coñito de 16 virginales años. Le había metido una bala en el pecho a Larry. Larry, cabrón, no tenías el valor de suicidarte y me convenciste de matarte. Pero esa noche, tuve suerte, nadie querría pasar sus últimos días en una cárcel...

¿O, mierda, qué habrían hecho ustedes? Yo simplemente soy un escritor, un escritor en sus últimos días.





Esto es un Homenaje a Charles Bukowski.






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